Os voy a contar
una historia que mezcla en el mismo lugar presente, pasado y futuro que tienen una cosa en común: un alma
atrapada.
Había una chica
que no hace mucho tiempo vivía en un pueblo
(aunque yo no lo llamaría así) precioso cerca de Madrid. Esta chica miraba por
la ventana todos los días la casa de
enfrente. Una casa misteriosa que le parecía
esconder historias jamás contadas, misterios sin desvelar, e incluso el alma de
un escritor. La casa estaba custodiada por dos estatuas de acero inmóviles,
pero que parecían tener alma al mismo tiempo. Se encontraban sentadas en un banco
enfrente de la casa atrapados en una conversación eterna, un dilema sin fin,
como si el dios del tiempo los había pillado por sorpresa y petrificado así
para siempre.
Nuestra chica siempre
se imaginaba que tipo de conversación podrían tener esas centinelas en búsqueda
de inspiración, esperando que el alma eterna del escritor le relatase historias
que ella luego desvelaría al mundo. Se preguntaba si alguien más sentía el
embrujo de la casa… se quedaba mirándola
por espacio de horas que parecían segundos y dejaba que la pluma estilográfica de
su abuelo dibujara formas sobre el papel, perdida en una especia de trance. Temía
que al irse de allí toda la inspiración se desvanecería, que el mundo nunca sabrá
esas maravillosas y misteriosas historias, que no llegara a contarlas. Al leer
esos relatos temía también tener una doble personalidad: la de chica normal y
corriente y la de una escritora que no pertenecía a este mundo, o quizás estaba
poseída por el alma de algún escritor o poeta que vagaba por esas calles.
Llego un día
cuando sus mayores temores se hicieron realidad… se fue a otro lugar donde al mirar por la
ventana ya no veía la casa, dejando la inspiración en el mismo lugar donde la había
encontrado.
Hoy en día la
chica todavía visita con regularidad la casa del gran Cervantes y la inspiración
que la sigue esperando en el mismo lugar. Se sienta entre las dos estatuas y
escribe con la misma pluma estilográfica del abuelo, sometida en el mismo
trance del pasado interrumpido a veces
por algún turista inoportuno que desea hacerse una foto con el famoso Quijote y
su fiel Sancho Panza.